Los inicios de Linda Caicedo, la historia de la niña que solo quería ser jugadora
En Villa Gorgona, Cali, la figura de la Selección Colombia se desvivía por un balón. Aprendió con niños y desde pequeña soñó a lo grande.
- Historia publicada por FIFA.- Papá Mauro estaba contento. Había visto en las zonas de las tiendas del centro de Villa Gorgona, un pueblo pequeño impregnado por la salsa y a pocos kilómetros de Cali, una muñeca que le parecía perfecta para su hija. Ese día salió temprano de la productora de azúcar en la que era uno de los coordinadores y le pidió a su mujer, Herlinda, que vistiera a Linda para la ocasión. Cuando llegaron a la puerta del local, él le señaló la muñeca que estaba en la vidriera a su hija.
-¿Ves, mami? Esa es la que te quiero regalar…
La nena, con un vestido reluciente, no sonrió, no abrió la boca en tono de sorpresa, no agrandó sus ojos ni sus pupilas brillaron. Inexpresiva. Entonces, el papá volvió a intentar.
-¿Pero qué pasa, hija? ¿No te gusta?
-Es que yo quiero una pelota y unos guayos, papi.
Sorprendido pero sin necesidad de reclamos o pedido de explicaciones, replicó: “Bueno, hijita, entonces vamos a comprarlos…”.
Mauro encontró en una tienda cercana una pelota de caucho no muy grande y unos ‘guayos’ -calzado de fútbol- económicos. Esa noche, nadie durmió en la familia Caicedo. La que más lejos quedó de la cama fue Linda.
¡BUM! ¡PAM! ¡PUM!
En el living de su casa, le pegó al balón de todas las maneras posibles. Tiró un par de sillas y dejó marcada alguna que otra pared. Sus padres no la podían contener. No la querían contener. Tenía cinco años.
Fue un amor sin frenos.
No mucho tiempo después, Linda se uniría a Real Juanchito, una escuela de fútbol pública que dependía de la municipalidad, en Candelaria, con casas pequeñas y una zona más bien rural, que usaba una cancha de tierra y jugaba partidos contra otros clubes de la zona. Era la única chica en un equipo que no tuvo margen para cuestionarse nada. Ni bien la vieron jugar, notaron que ahí había algo especial.
“Los padres buscaban un espacio para ella pero en ese momento el fútbol femenino no tenía tanto lugar y encontrar un equipo de chicas era difícil de conseguir, al menos en esta zona. Entonces ella entró a un grupo de niños”, dice a FIFA Miguel Ortíz, uno de los entrenadores que más marcó a Caicedo en sus inicios.
Linda es categoría 2005 pero jugaba con chicos un año más grandes. Hacía mucha diferencia. El balón siempre pegado a los pies, se hamacaba para un lado y otro para engañar. Se escurría entre los cuerpos más grandes de los varones.
El único partido en el que a Ortíz le dio algo de temor incluir a Linda fue un año después de su ingreso a la escuela. Habían armado un partido libre entre chicas de 13 o 14 años. Linda tenía 7. El entrenador la llevó al banco de suplentes. Pasaban los minutos y no entraba.
-Profe, por favor, quiero jugar. Por favor…
Al final, entró diez minutos. La diferencia de edad no se notó. El tiempo se le pasó volando. Ella voló en la cancha. Su equipo ganó. Llegó a hacer tres o cuatro apiladas que asombraron a todos.
A los 19, Caicedo es el gran nombre de la Copa Mundial Femenina Sub-20 que se juega en su país. A diferencia de la gran mayoría de las jugadoras del torneo, ya es una estrella en el fútbol de mayores. Delantera titular del Real Madrid, viene de mover la estantería de España en los Juegos Olímpicos, cuando estuvo al borde de dejarlo afuera en cuartos de final de París 2024, y tuvo una actuación más que destacada en la Copa Mundial Femenina 2023, cuando Colombia perdió en los cuartos de final ante Inglaterra, en Sídney.
“Juanchito es la infancia total. Con ellos empecé esta aventura del fútbol. Fue mi primer club, totalmente de hombres. Aún tengo muy buena relación con el presidente. Cada vez que voy a Villa Gorgona, mi pueblo, trato de ir y recordar esos momentos que gracias a ellos soy lo que soy”, dijo Caicedo a FIFA en una entrevista realizada antes del torneo.
Miguel Millan, uno de sus compañeros, recuerda los momentos previos antes de una final. El entrenador comentaba que el resultado era lo de menos, que lo importante debía ser el proceso y la manera de jugar. Pero Linda no quería saber mucho de eso. “Ella me dijo justo después de la charla que iba a hacer tres goles. Era un torneo municipal, en 2015. Ese día ganamos 6 a 1. Ella hizo cinco”, comenta en una conversación con FIFA.
Tenía mucho de innato pero también tuvo que formarse. Si las matas le dieron el costado de improvisación y la tierra el arraigo con el juego humilde e improvisado, sus entrenadores le dejaron algunas lecciones que la marcaron.
En un entrenamiento, después de una serie de partidos en los que se había abusado del juego individual, el profe Miguel le puso una pechera de color a 20 chicos, los ubicó a un costado del campo de juego y ubicó a Linda sola del otro lado. “¿Piensas que puedes jugar contra todos ellos?”. Ella bajó la cabeza y no dijo nada. Lo entendió.
Tenía de ídolos a Cristiano Ronaldo y Lionel Messi, pero su preferido era Neymar. Con los primeros sueldos que ganó como jugadora profesional, un poco después de debutar con América de Cali, a los 14 años, compró una TV para su cuarto. Grababa los partidos y repetía las jugadas del brasileño una y otra vez para copiarle los gestos.
Vivía en una calle de tierra. Cuando no estaba en la escuela o en Real Juanchito, jugaba a la pelota con sus vecinos. No pasaban muchos autos, era una zona tranquila. Las piedras hacían de arcos. El suelo, duro, marcaba las rodillas ante las caídas. Con la lluvia, todo se embarraba. Pero ellos seguían ahí. Se entretenían con partidos, competían al “31”, a las escondidas o al metegol en algún kiosco cercano.
Juan José, uno de sus vecinos, ahora de 19 años y estudiante de ingeniería industrial, recuerda cuando, al principio, la mamá de Linda se enojaba porque ella volvía a la casa con todas las zapatillas embarradas.
“En un entrenamiento en Juanchito nos chocamos y nos golpeamos la rodilla. Uno diría que la golpeada fue Linda, pero no. Tuve que salir del entrenamiento y ella siguió”, dice. Ni su entrenador, ni su padre ni sus excompañeros registran un golpe o una acción en la que se pudiera lesionar. No la podían agarrar, estaba en otra velocidad.
Nadie se olvida del talento innato de Linda. Los goles, las gambetas, los disparos y lujos. Pero tampoco de una niña que soñaba sin disimulo. Su papá Mauro, de 64 años, lo tiene claro. Ella no solo quería jugar al fútbol con sus amigos. Pretendía ser profesional y llegó una edad en la que no tenía vergüenza en hacerles saber que lo lograría.
“Un día cualquiera le dijo a la mamá: ‘Yo, cuando sea profesional, te voy a sacar de esa cocina donde trabajas para ese poco de personas a los que le vendes almuerzo. Con estas piernas que dios me dio…este va a ser el motor para darles a ustedes una mejor vida'”, comenta Mauro a FIFA. Herlinda, su madre, tenía un pequeño restaurante en el que vendía algunas viandas durante los almuerzos.
Un día, cuando el fútbol se hacía cada vez más intenso y evidente, se acercó a Linda para hablar sobre el futuro. Mauro quería que terminara el colegio y fuera abogada. Pero la fijación era absoluta. Igual que la niña que unos años antes no quería una muñeca si no un balón de fútbol.
-Hija, quiero que estudies abogacía. No quiero que tires el colegio por la borda, te vas a ir de viaje, vas a descuidar el estudio…en la familia hay profesionales pero no hay una abogada. Quiero que seas tú…
-Papá, yo voy a ser futbolista profesional…
Linda Caicedo terminó el colegio poco tiempo después de esa conversación. Y fue futbolista profesional.