Monseñor Gänswein cuenta lo que dijo el Papa emérito en la noche pocas horas antes de su muerte.
*Andrea Tornielli, Ciudad del Vaticano –
Las últimas palabras del Papa emérito Benedicto XVI fueron recogidas en mitad de la noche por un enfermero. Eran alrededor de las 3 de la madrugada del 31 de diciembre, pocas horas antes de su muerte. Ratzinger aún no había entrado en agonía, y en ese momento sus colaboradores y ayudantes habían tomado el relevo.
Con él, en ese preciso momento, sólo había un enfermero que no hablaba alemán. “Benedicto XVI -relata conmovido su secretario, monseñor Georg Gänswein-, con voz fina, pero claramente distinguible, dijo en italiano: “¡Señor, te amo!. Yo no estaba allí en ese momento, pero el enfermero me lo dijo poco después. Éstas fueron sus últimas palabras comprensibles, porque después ya no fue capaz de expresarse”.
“¡Señor, te amo!”, casi un resumen de la vida de Joseph Ratzinger, que desde hacía años se preparaba para el encuentro definitivo, cara a cara, con el Creador. El 28 de junio de 2016, en el 65 aniversario de la ordenación sacerdotal del predecesor ahora emérito, el Papa Francisco había querido subrayar la “nota de fondo” que había recorrido la larga trayectoria sacerdotal de Ratzinger y había dicho: “En una de las muchas y hermosas páginas que dedica al sacerdocio, subraya cómo, en la hora de la llamada definitiva de Simón, Jesús, mirándole, le pregunta una cosa: ¿Me amas?. ¡Qué hermoso y cierto es esto! Porque es aquí, nos dice, en ese ‘¿me amas?’ donde el Señor funda el pastoreo, porque sólo si hay amor al Señor puede Él pastorear a través de nosotros…: ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo'”.
“Esta es la nota -continuó Francisco- que domina toda una vida gastada en el servicio sacerdotal y en la teología, que ella no por casualidad definió como ‘la búsqueda del amado’; esto es lo que ella siempre testimonió y todavía testimonia hoy: que lo decisivo en nuestros días -de sol o de lluvia-, lo único que une todo lo demás, es que el Señor esté verdaderamente presente, que lo deseemos, que interiormente estemos cerca de Él, que lo amemos, que creamos de verdad profundamente en Él y creyendo amarlo de verdad. Es este amar lo que verdaderamente llena nuestro corazón, este creer es lo que nos hace caminar seguros y tranquilos sobre las aguas, incluso en medio de la tempestad, como le ocurrió a Pedro”.