Columna de opinión. *Por: Julian Serna
En el corazón del Catatumbo, donde las montañas son testigos de décadas de violencia, la realidad parece empeñada en recordarnos que la paz sigue siendo un sueño distante. Por esas trochas polvorientas transitan caravanas de civiles, docentes y familias que, con banderas blancas en alto, claman por su derecho a vivir sin miedo. Pero la pregunta que retumba es: ¿hasta cuándo?, ¿Cuánto más debe sufrir Colombia?
Estas carreteras, que alguna vez fueron el puente entre comunidades trabajadoras, hoy son el escenario de desplazamientos forzados y enfrentamientos que han dejado heridas profundas. En el aire, las banderas blancas ondean como un pedido desesperado de auxilio, como un grito que no podemos ignorar. ¿Qué significa para nosotros, como nación, que nuestros docentes deban proclamar su labor como si se tratara de una súplica por respeto a su vida?
El gobierno suspendió los diálogos con el ELN, pero los problemas de estas regiones olvidadas no desaparecen con una orden presidencial. Las comunidades siguen atrapadas en un conflicto que no eligieron, despojadas de la tranquilidad que debería ser un derecho y no un privilegio.
Desde Ibagué, observo esta tragedia con el corazón lleno de indignación y tristeza. Como concejal, como ciudadano, no puedo evitar preguntarme: ¿cuántos niños más deberán crecer entre disparos y miedo?, ¿Cuántos sueños más serán destruidos por un conflicto que parece eterno?
Colombia no puede seguir permitiendo que estas historias se repitan sin cesar. No podemos acostumbrarnos a las noticias de desplazamientos, a los relatos de familias que lo pierden todo, a las lágrimas de los niños que deberían estar jugando en lugar de aprender a sobrevivir.
Hoy, más que nunca, debemos preguntarnos qué estamos haciendo para cambiar esta realidad. ¿Estamos alzando nuestra voz por quienes no pueden ser escuchados?, ¿Estamos exigiendo a nuestros líderes soluciones reales y no promesas vacías?
La paz no es un lujo, es una necesidad urgente. Pero no puede ser construida solo desde las oficinas de los gobiernos, sino desde el compromiso de todos los colombianos. Necesitamos políticas que protejan a las comunidades rurales, que garanticen el acceso a la educación y que prioricen la vida sobre cualquier interés político o económico.
Desde mi labor como concejal, reafirmo mi compromiso de trabajar por una Colombia donde historias como las del Catatumbo no sean la norma, sino un triste recuerdo del pasado. Pero este compromiso debe ser colectivo. Todos debemos sumarnos al esfuerzo de construir un país donde las banderas blancas solo se eleven en señal de celebración, y no como un pedido de clemencia.
Colombia no puede seguir sufriendo. Es hora de unirnos, de exigir cambios, de construir el país que merecemos. Por nuestras familias, por nuestros niños, por nuestra dignidad como nación.
*Concejal de Ibagué
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